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Pepe Cantillo | La flor de la duda

A lo largo de nuestra vida tenemos que tomar decisiones. Algunas son fáciles de llevar a término. En cambio, en otras ocasiones, la dificultad es tal que la indecisión nos embarga y tenemos que optar por una solución, tanto si queremos como si no. Se hace necesario calibrar las ventajas y los inconvenientes que nos puedan reportar esos posibles cambios. La duda nos cerca por doquier y podemos terminar desojando margaritas al runrún de un monótono "sí… no".


Deshojar la margarita, acompañada del sonsonete “me quiere, no me quiere…” era un intento –más bien una esperanza– de adivinar, a través de ir cortando los pétalos de dicha flor, si eras correspondido por la persona que amabas. Puro pasatiempo romántico que envuelve los sentimientos a la espera de la reacción, en un futuro cercano, de la otra persona en la que se está pensando.

Como se sobreentiende, la costumbre viene de lejos y es (o era) un rito emocional que buscaba la posible esperanza de ser querido por la otra persona. Y como no todas las margaritas tienen el mismo número de pétalos, la respuesta queda en el aire a la espera de que sobre o no un pétalo. El resultado siempre será imprevisible, salvo que hagamos trampa.

Repito. Puro sentimiento confiando en la esperanza de que caigan todos los pétalos para que brote un "¡sí!" empapado de alegría. Bueno, hasta aquí la descripción de un curioso rompecabezas afectivo buscando el amor de la persona a la que dedicamos dicho devaneo emocional.

¿De dónde surge esta costumbre? Como siempre, el origen de este tipo de actividades populares suele ser variado y, a veces, ni siquiera está claro. Nos remontamos a la Edad Media. Ante la posibilidad de una boda, la mujer arrancaba a buen tuntún y sin contar la cantidad de margaritas con las que formar un ramo. El número resultante de capullos le decía si su futuro esposo la quería y los años que quedaban para casarse.

Para otros, la costumbre es oriental. En principio, los enamorados (ellos) escondían un pétalo fresco en el bolsillo del pantalón y si al final del día no se había marchitado era buena señal; en caso contrario, la suerte no ratificaba el deseo del enamorado. Esta costumbre llegó hasta nosotros pero con la variante de “me quiere, no me quiere” repetida mientras se arrancaban los pétalos.

Para otros autores, la costumbre es celta y tales flores no se refieren solo al amor, sino que tienen más significados. La margarita representa la pureza y el amor que se siente por la otra persona. Lo cierto es que las margaritas, sean del color que sean, tienen un papel importante en otros frentes, como predecir la cosecha.

Soñar con margaritas en otoño o invierno dicen que trae mala suerte y los colores de las mismas representan o esconden distintos significado. El blanco alude a la belleza; el rojo, al amor; el azul, a la felicidad. Y las de colores variados anuncian alegría.

Deshojar la margarita era un tipo de pasatiempo adherido a circunstancias personales cargadas de afectividad y de esperanza. Está claro que estas flores esconden diversos misterios, curiosidades y leyendas, por lo que, quizás, nunca sepamos cuál es el verdadero origen de deshojar margaritas.

Saltemos a un plano más amplio. Deshojar la margarita puede ser un entretenimiento de personas indecisas, que dudan de lo que han de hacer ante un determinado obstáculo. Dicho acto era, en otros tiempos, la forma de dudar cuando alguien se enamoraba y sobre el amor que podría darnos una persona. Estamos hablando de amor romántico.

Está claro que era todo un devaneo “me quiere, no me quiere, ¡sí!…no” dependiendo de que el último pétalo de la flor sea sí o sea no. Como es natural ante un sí el sujeto se sentía más entusiasmado y contento, mientras que si salía no la tristeza embargaba todo lo que de positivo y romántico podría tener dicho enamoramiento.

Independientemente de que esto suene a una chorrada o una niñería, sí es cierto que era un pasatiempo que permitía soñar despierto. En los tiempos que vivimos no sé si dicho pasatiempo sigue en activo o solo es un apolillado recuerdo de otras épocas. Pero el deshojar las margaritas a veces es una actitud que algunas personas toman para decidir cuestiones de gran importancia.

Descendamos a la realidad. Las circunstancias de esta primera etapa del siglo XXI van a toda velocidad. Bien es cierto que algunos tramos de lo que llevamos recorrido se nos están haciendo pesados, dolorosos y lentos y nos estas descolocando psicológicamente. Casi diría que hay una “diarrea mental” que afecta más de lo que podamos aguantar.

El virus y sus consecuencias ocupa un primer plano en nuestras vidas. Vacunarse o no es toda una interrogante que tiene en vilo, a estas alturas de la pandemia, a bastantes ciudadanos. Por otro lado, la cantidad de bulos, historias, mitos, falsedades que se cuentan alrededor del mismo, unas creíbles y otras no tanto, ponen en entredicho nuestras decisiones.

Dejo contacto con https://maldita.es/ por si la curiosidad nos hace buscar la verdad o parte de la misma en referencia a algunas noticias falsas o medio verdades, bulos varios que corren por las redes. Tales bulos juegan con nosotros y si afectan a algo que me interesaba saber (tener información) y lo que he leído sobre ese “algo” me satisface, pues “no se hable más”.

En caso contrario, si atacan mi territorio (político, social, religioso…) es posible que podamos aclararlo. Amén de lo anteriormente dicho, conviene añadir que también hay multitud de timos para sacarnos desde dinero a succionar la última letra de nuestro ordenador, por supuesto con el número de cuenta bancaria. Según Maldita.es, acerca del tema del virus corren por Internet más de 1.188 desinformaciones, mentiras, alertas falsas...

En definitiva, no pongamos margaritas en nuestras vidas si queremos actuar con racionalidad. No esperemos que el azar decida por nosotros. Valoremos las informaciones para que los timos no lastimen nuestro amor propio. Leer, informarse, pensar y actuar serían buenas tácticas para no caer en el cepo.

PEPE CANTILLO