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María Jesús Sánchez | Tumbas

Tengo la suerte de saber dónde están enterrados mis familiares. De hecho, puedo ir a visitarlos el Día de los Santos. Sabemos que no están allí pero, para mucha gente, su memoria sí. No le ocurre lo mismo a mi amiga Maribel. Nunca conoció a su abuela: un tiro se la arrebató y aún hoy no sabe dónde se encuentra su cuerpo. El delito de la mujer fue tener un hijo republicano, un hijo que pensaba que los reyes no habían sido buenos para España.



Cuando terminó la guerra empezaron las persecuciones familiares. Durante la contienda fratricida se hicieron barbaridades por ambos bandos. Y si no, que se lo digan al periodista Chaves Nogales, que lo vio con sus propios ojos.

Pero la guerra no se cerró con un acuerdo de manos, sino que se instauró una férrea dictadura que nos aisló del mundo y se dedicó a perseguir a todo aquel que no comulgara con sus ideas y formas. Republicanos de derechas e izquierdas tuvieron que huir de su patria para no terminar en una cuneta perdida.

A la abuela de Maribel vinieron a buscarla y la mataron, sin explicaciones ni derecho a réplica. Y la tiraron en cualquier sitio, como si fuera basura y no un ser humano. A mi amiga le gustaría encontrarla, darle cristiana sepultura junto a sus hijos y poder, por fin, hablar con esa abuela a la que nunca pudo abrazar.

A mi amigo Juanma, católico comprometido y buen demócrata, le gustaría que sacaran del Valle de los Caídos a sus dos tíos abuelos, que fueron matados allí, también por ser republicanos. Ahora son, simplemente, una de las miles de piedras que forman parte de ese mausoleo en honor a una persona que no escuchó ni al Papa y que fusiló a cuantos pudo.

El Santo Padre actual, el Papa más evangélico que he conocido, lo ha dicho: "Para cerrar heridas se tiene que desenterrar a los muertos". No es una cuestión política: es una cuestión de humanidad, para poder dejar atrás el pasado. Pero no, hay seres que se empeñan en mirar hacia otro lado, a hacer como si nunca hubieran existido fusilamientos contra las tapias de los cementerios.

Desenterrar a los de los dos bandos, devolver a sus familiares sus restos y pertenencias. Cerrar heridas y mirar hacia un nuevo presente. Pero en este país es imposible: somos una jovencísima democracia en la que aún huele a rancio pasado. Democracia es respetar las opiniones del otro sin humillarlo y ser un buen cristiano es empatizar con el dolor ajeno. Mis amigos sufren por un pasado que no han podido enterrar en un pasado que sí existió.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ