Hace unos días celebramos la gran fiesta literaria de Sant Jordi y ya llegan en cascada las ferias de libros que aterrizan en ciudades y pueblos con el buen tiempo. Es una oportunidad para que escritores y lectores compartamos un rato de charla, quizás una foto.
Cuando viene esta época del año siempre me acuerdo de mi amigo Antonio Salas. Él es el único autor español que no puede sentarse en una caseta y dedicar plácidamente sus libros a sus seguidores. Y no puede porque es testigo protegido y las medidas de seguridad necesarias se lo impiden.
Con frecuencia acude a las ciudades donde se celebran este tipo de eventos. Pasea entre la gente como si fuera uno más de los lectores ávidos de encontrar la firma de uno de sus escritores favoritos. Nadie le reconoce, mientras su sombra choca con la de miles de personas que darían cualquier cosa por saber que es él quien se infiltró en los Skin, el que denunció a los proxenetas de mujeres, el que haciéndose pasar por palestino pudo destapar el radicalismo intolerable...
Yo soy uno de esos afortunados que tengo dedicatoria en todos sus libros, pero siento verdadera tristeza de saber que sus cientos de miles de seguidores no puedan haber tenido el placer no de una firma, sino de unos segundos de charla, incluso de poder publicar un selfie con él en Twitter.
A veces, el coste del buen periodismo es muy duro. No solo es que los enemigos ansíen permanentemente devolverte el daño recibido o que algunos compañeros escondan la envidia por tus éxitos hablando mal de ti, es que estar con tus lectores da una energía vital a la que tienes que renunciar.
Por este motivo, cuando llega la primavera y acudo a firmar libros siempre me acuerdo de Antonio Salas. Sé que le gustaría estar ahí, estrechar manos, sonreír, charlar con desconocidos que le aprecian.
El periodismo es la profesión más bonita del mundo y escribir libros es un sueño especialmente dulce. Espero seguir disfrutándolo mucho tiempo, pero en cada acto público, en cada firma, siempre me acompañará la sombra de mi querido amigo Antonio Salas.
Cuando viene esta época del año siempre me acuerdo de mi amigo Antonio Salas. Él es el único autor español que no puede sentarse en una caseta y dedicar plácidamente sus libros a sus seguidores. Y no puede porque es testigo protegido y las medidas de seguridad necesarias se lo impiden.
Con frecuencia acude a las ciudades donde se celebran este tipo de eventos. Pasea entre la gente como si fuera uno más de los lectores ávidos de encontrar la firma de uno de sus escritores favoritos. Nadie le reconoce, mientras su sombra choca con la de miles de personas que darían cualquier cosa por saber que es él quien se infiltró en los Skin, el que denunció a los proxenetas de mujeres, el que haciéndose pasar por palestino pudo destapar el radicalismo intolerable...
Yo soy uno de esos afortunados que tengo dedicatoria en todos sus libros, pero siento verdadera tristeza de saber que sus cientos de miles de seguidores no puedan haber tenido el placer no de una firma, sino de unos segundos de charla, incluso de poder publicar un selfie con él en Twitter.
A veces, el coste del buen periodismo es muy duro. No solo es que los enemigos ansíen permanentemente devolverte el daño recibido o que algunos compañeros escondan la envidia por tus éxitos hablando mal de ti, es que estar con tus lectores da una energía vital a la que tienes que renunciar.
Por este motivo, cuando llega la primavera y acudo a firmar libros siempre me acuerdo de Antonio Salas. Sé que le gustaría estar ahí, estrechar manos, sonreír, charlar con desconocidos que le aprecian.
El periodismo es la profesión más bonita del mundo y escribir libros es un sueño especialmente dulce. Espero seguir disfrutándolo mucho tiempo, pero en cada acto público, en cada firma, siempre me acompañará la sombra de mi querido amigo Antonio Salas.
FERNANDO RUEDA