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José Antonio Hernández | Soberanía visual

Si es cierto que, como admiten los educadores y los profesores, las principales pautas de comportamiento las asimilamos fuera de los centros escolares y lejos de las paredes de nuestros hogares, deberíamos preguntarnos por qué vías nos llegan los mensajes más importantes, esos que realmente, aunque no siempre de manera consciente, determinan nuestras formas de pensar, de sentir y de vivir.


El título de la obra a la que he querido referirme hoy, editada por Paidós, nos responde clara y categóricamente: Soberanía visual. Tras una serie de estudios, de análisis, de críticas y de autocríticas de sus experiencias personales, un grupo de mujeres especialistas, coordinadas por María Acaso y por Clara Megías, nos muestran y nos demuestran que las imágenes visuales “construyen unas formas de vida que, sin que seamos conscientes, determinan nuestros estados de ánimo, nuestras expectativas y nuestras renuncias”.

Los propósitos de esta obra son –afirman– hacer consciente el carácter “político” de todos los productos visuales o, en otras palabras, explicar de manera clara la influencia decisiva de las imágenes visuales en nuestras maneras de pensar y de interpretar nuestros comportamientos individuales, familiares y sociales.

Partiendo del supuesto de que las imágenes visuales construyen nuestros modelos interpretativos y valorativos, y de que, de hecho, son los criterios que aplicamos para apreciar y para despreciar las diferentes maneras de vivir, llegan a la conclusión de que “se transforman en axiomas que propician acciones: lo que comemos y lo que no, las partes de nuestro cuerpo que cuidamos y las que no, las personas a las que amamos y a las que no”.

De manera convincente y clara nos muestran cómo las imágenes son “dispositivos de poder, herramientas que generan mecanismos de autoridad” y cómo, en consecuencia, poseen una elevada capacidad de “penetración mental”. Es indispensable, por lo tanto, que adquiramos consciencia del “derecho a decidir nuestro sistema de consumo, a los que prestaremos atención y a cuáles no, con el fin de desarrollar la “autogestión visual” construyendo así nuestro capital visual, ese inventario de las imágenes beneficiosas y ese catálogo de las que nos hacen daño. Con este fin nos orientan para que realicemos análisis físico, simbólico, crítico y de acción: unas destrezas que debemos aprender para que, poco a poco, logremos la “soberanía visual”.

En mi opinión, la explicación del código específico del lenguaje visual es clara y el análisis de las imágenes de las diferentes fases del proceso de creación de las representaciones visuales es profundo. Breve, pero suficiente, es el resumen de la Semiótica visual y, más concretamente, las explicaciones sobre su uso en personajes de películas y de series de animación infantiles.

Oportunas son, sin duda alguna, las detalladas explicaciones de las herramientas que articulan el lenguaje visual y, por supuesto, las propuestas concretas y sencillas de “acciones artísticas como, por ejemplo, las de ordenar el armario por colores, y fotografiarlo para efectuar un análisis en función del número de prendas de un determinado color”.

En las actuales circunstancias es indispensable que, al menos los educadores, adquiramos conciencia de la importancia de la omnipresencia y de la casi omnipotencia de las imágenes visuales, pero estoy convencido de que estas nociones, estos criterios y estas pautas resultarán clarificadoras y prácticas, además, para que los comunicadores y los padres sean conscientes del poder actual de las imágenes y, en general, del lenguaje visual.

Pienso que sí: que este libro demuestra que “la soberanía visual consiste en activar un proceso voluntario, consciente y responsable que nos conduzca a autogestionar las representaciones visuales que consumimos”.

JOSÉ ANTONIO HERNÁNDEZ GUERRERO
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