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José Antonio Hernández | Hannah Arendt y el siglo XX

Tras la detenida lectura de esta obra plural titulada Hannah Arendt y el siglo XX (Barcelona, Paidós 2022) he llegado a la conclusión de que, tanto a los que están familiarizados con las teorías de Hannah Arendt, como a los que solo tienen referencias de sus análisis críticos e, incluso, a los que aún no han oído hablar de su pensamiento político, esta colección de análisis les aportará unas claves valiosas para interpretar y para valorar algunos de los hechos más importantes del siglo XX e, incluso, del actual siglo XXI.


Los trabajos críticos seleccionados por las especialistas –Monika Boll, Dorlis Blume y Rafhael Gross– sobre la vida y la obra de una de las pensadoras más influyentes nos aportan argumentos valiosos para interpretar algunos de los problemas políticos del siglo pasado.

Los análisis sobre “La era de la hegemonía total”, “El antisemitismo”, “La situación de los refugiados”, “El legado de la posguerra”, “El feminismo”, “El juicio de Eichmann”, “El sionismo”, “El sistema político y la segregación racial en Estados Unidos” o “El movimiento estudiantil” nos proporcionan unas claves que, a mi juicio, siguen siendo válidas para valorar correctamente unos conflictos políticos que, en la actualidad, siguen sin resolverse plenamente.

En estos ensayos elaborados desde diferentes perspectivas políticas e históricas –que, en realidad, es el catálogo de una exposición sobre la vida y el pensamiento de una de las filósofas políticas más importantes del siglo XX–, Micha Brumlik, por ejemplo, muestra cómo Hannah Arendt en Los orígenes del totalitarismo no solo presenta su particular aproximación a la política desde el campo de la filosofía sino que también expone críticamente la situación de los judíos en la época moderna, y nos descubre las raíces del antisemitismo en el marco del declive de los Estados-nación a mediados del siglo XIX, y en la “Ambivalencia del Nacionalismo judío”, nos explican, por ejemplo, su convencimiento de que algunas familias judías fueron las que, gracias a sus conexiones internacionales, primero financiaron a los fundadores del Estado territorial y, después, sufragaron la expansión colonial, hasta que en la época del imperialismo dejaron de tener importancia.

Reveladoras son, a mi juicio, la influencia de las reuniones celebradas en el domicilio Rahel Levin y, posteriormente, el papel que sus cartas ejercieron en Arendt determinando que se sintiera como “una paria consciente” y, al mismo tiempo, una mujer fuerte.

Shana Shütz explica cómo Hannah Arendt –junto a otros judíos cultivados en Inglaterra, Palestina y Estados Unidos– perseguía el objetivo común de salvar los restos materiales de la cultura judía para que quedaran en mano de su comunidad, y Félix Axter nos ofrece detalles del amplio abanico de ideas que Arendt aborda en la segunda parte de Los orígenes del totalitarismo, titulada “imperialismo” en la que destaca la importancia del racismo colonial y su afán de exterminio.

Ahí explica las “paradojas de los derechos humanos”, y “la teoría política del refugiado” según la cual “en estas poblaciones sometidas a la presión de la convivencia de las tribus negras, la idea judeocristiana de humanidad y del origen común del género humano, perdió por primera vez su ascendiente y se impuso el deseo de exterminar a razas enteras”.

En mi opinión, esta obra, además de estas claves para interpretar y para valorar las teorías de Hannah Arendt, nos proporciona unos principios y unos criterios que nos sirven para identificar la importancia decisiva de las experiencias en la formación de las palabras, esas herramientas que formulan el pensamiento y, en consecuencia, orientan la vida.

JOSÉ ANTONIO HERNÁNDEZ GUERRERO
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