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José Antonio Hernández | Dimitir

Por lo visto y por lo oído, despedirse a tiempo es una destreza extraña y un proceder poco común. Y es que, en contra de lo que se suele afirmar, “mandarlo todo al diablo, a paseo o al cuerno” y “dar un portazo”, más que un gesto de cobardía puede ser una prueba de valor.


La decisión de “dimitir” exige, en la mayoría de los casos, lucidez, libertad de espíritu, valentía y, a veces paradójicamente, ser fiel a los compromisos básicos y, sobre todo, a la propia conciencia. Se requieren muchas dosis de atrevimiento para romper con todo, para huir de las esclavitudes y para escapar al vacío.

Por eso me ha sorprendido gratamente que un obispo renunciara a una diócesis; que un vicepresidente del Gobierno abandonara todos los cargos y se despidiera de sus colaboradores diciendo: “Me voy con serenidad”; que una gimnasta olímpica se retirara de la competición de los Juegos Olímpicos de Tokio y que también lo haya hecho el presidente del comité de empresa de Navantia por razones personales.

La mayoría de la gente –me comenta Pepe– fija con precisión la hora del comienzo de sus actividades, pero no prevén el momento de la terminación. Algunos psicólogos achacan esta indecisión a una inseguridad vital que se manifiesta en timidez, en bloqueo, en torpeza de expresión, en miedo a quedarse solo o, incluso, en falta de imaginación.

¿Será eso lo que les ocurre a los políticos carismáticos, a los conferenciantes insufribles y a las visitas pesadas? A mí me asustan, sobre todo, los que dan razones éticas para no despedirse. Creo que son más peligrosos aquellos que se agarran a la poltrona por un deber de conciencia, por la fidelidad a la llamada de Dios o por la lealtad a los líderes: por responder a la vocación sobrenatural o por obedecer a llamada de la patria.

Reconozcamos que quizás estamos mejor dispuestos y educados para decir que sí que para decir que no; para empezar que para terminar, para aceptar los cargos que para presentar la dimisión. De la misma manera que abundan libros y cursos para prepararnos para nuevas actividades profesionales, estoy convencido de que serían muy útiles programas para aprender a cerrar etapas de nuestras vidas, para terminar actividades, para romper vínculos, para librarnos de responsabilidades y para seguir adelante con paso firme y con la conciencia tranquila.

Es necesario invertir tiempo para, tras valorar los beneficios conseguidos, extraer sus frutos y sus utilidades, aprender a despedirnos con serenidad y con esperanza. Empecemos, al menos, asumiendo la realidad e ilusionándonos con nuevos proyectos, con nuevas soluciones. Todos han coincidido en que algunos valores son más importantes que el poder, el dinero, los triunfos o la fama como, por ejemplo, la salud, el equilibrio mental y el amor: “lo que necesito es querer y que me quieran”.

JOSÉ ANTONIO HERNÁNDEZ GUERRERO