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María Jesús Sánchez | Artesanos

Ya compramos todo por Internet. Todo se hace a escala industrial, en países lejanos, en serie y sin alma. ¡Qué pena que se estén perdiendo los oficios artesanales! Porque a mí me gustan mucho los cuencos hechos a mano, cada uno distinto, paridos todos ellos a distintas horas. No hay dos iguales ni en forma, color o textura. Todo depende de la inspiración del momento. Se ve la mano humana, su falibilidad, la belleza de la imperfección y el mimo puesto en cada pieza.


Igual pasa con la costura. Esos maravillosos trajes de sastre hechos para ti y nadie más, como si se ajustaran a la singularidad exclusiva de tu ADN. A mí, en especial, me encanta el crochet o ganchillo. No practicarlo, porque para mí sería una obligación en vez de una manera de disfrutar, y para eso ya tengo las obligaciones que me ayudan a ganarme el pan sin gluten... El placer me lo proporciona su belleza: esas colchas hechas a mano durante eternas horas, con flores dibujadas por el hilo y las cavidades que quedan entre punto y punto.

Soy romántica. Lo soy desde la más tierna infancia, si es que fue tierna... Camisones bordados, sábanas de algodón con embozos llenos de dibujos garabateados con aguja y paciencia, vainicas primorosas en mantelerías de días de fiesta con sus inseparables seis servilletas... Mil tesoros que custodiaba mi abuela en su arcón. Algunos de esos me acompañan todavía en mi casa y los miro y remiro con la adoración que sentía y siento por su creadora, aunque ya no pueda abrazarla, pero sí sentirla.

Me he hecho un gran regalo: una colcha patchwork que llevo años buscando. Quería una hecha a mano, con sus trozos de telas de colores haciendo un todo, un preciosísimo mosaico donde no faltan las flores, la tira bordada y los lazos. Sensibilidad en vena, mujeres que diseñaron cada cuadro o triángulo y decidieron cómo sería el cuadro final, como en la película Donde reside el amor. Aún no la he estrenado. Espero los días fríos con alegría para poder cobijarme debajo de su belleza.

Una ensaladera comprada en un mercadillo de Portugal de corazones asimétricos, esta maravillosa colcha encontrada en Vielha, un cubrepán bordado que me regaló una buena monja (¿qué habría sido de ella?), el mantel de mi abuela, la colcha de ganchillo de mi bisabuela... Benditas manos. Que no se pierda nunca la artesanía, que los artesanos puedan seguir viviendo de su trabajo y que estos saberes milenarios no se pierdan. Se lo debemos a los que nos precedieron.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ