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María Jesús Sánchez | Feliz

¿Cómo saber si alguien es feliz? Es muy fácil: alguien es feliz cuando no se dedica a joder a los demás. La gente infeliz es envidiosa, odia a todos y, lo que es más importante, culpa de su infelicidad a todos. Nunca es culpa suya: la culpa es de los inmigrantes, de los vecinos, de la del supermercado, de sus padres, de los abuelos o del que pasaba por la calle.



Hace unos años, un psicoanalista hizo una investigación sobre los motivos que llevaban a alguna gente a votar a la extrema derecha en Austria, y la conclusión que sacó fue que los votantes eran personas descontentas con su vida. Cuando eres feliz sonríes, ayudas al prójimo y te vuelves dúctil, como la plastilina. Aceptas los cambios de la existencia, no te aferras a nada que no te haga libre. Si sale el sol es maravilloso y si llueve, también, porque puedes ir al cine.

Cuestionarse todo no sirve para nada, intentar amarrar el barquito de papel que es nuestra vida a alguna orilla es imposible. Vamos bajando por un río, a veces con tramos calmos, y a veces, con rápidos y corrientes que nos desestabilizan. El arte es no dejarse hundir y saber que el timonel de la embarcación no es nadie más que nosotros mismos.

Da igual el pasado. Yo podría mirarme el ombligo y decirme cada día la mala suerte que he tenido con mis padres, pero elijo perdonarlos y creer que se perdieron en un bosque del que no pudieron salir. Los dos han sido unos desgraciados que no han estado nunca en paz con ellos mismos.

Mi madre murió con la cabeza en la luna y la mirada buscando un horizonte irreal, y mi padre sigue en la cárcel sin asumir que está allí por estafar. Y de esa "simbiosis" salí yo. Pero yo tuve un faro fuerte al que mirar siempre: mi abuela y su enorme resistencia.

Ella, que eligió un mal marido, como me dijo un día, que fue un mal ejemplo para mi padre, y una hija fallecida antes de tiempo, se levantaba cada día con una fuerza casi imperceptible pero poderosa que nos ponía a cada uno de los que estábamos a su lado en nuestro sitio.

El sitio de ser uno mismo, de no querer ser otra persona o tener otra vida, de aceptar los cambios, de no mirar para atrás y de observar todo como un regalo de un dios o una diosa amorosos. Ella era feliz queriéndonos y enseñándonos a vivir. Y yo, cuando me caigo, me acuerdo de ella y me levanto sonriendo, mientras me sacudo el polvo.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ