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Fernando Rueda | La odisea de 'El Lobo' (y IV)

Tras la caída de varios etarras en una operación policial conjunta en Madrid y Barcelona, Mikel Lejarza estuvo varios días sin dar señales de vida en uno de los pisos que le había facilitado el SECED. Después llamó a la casa de Ezquerra, en Francia, contando que había conseguido escaparse de la redada.





“No me dio la sensación de que estuvieran especialmente mosqueados conmigo. Me dijeron que aguantara y que continuara creando infraestructura porque vendría más gente. En septiembre me avisaron que llegaban nuevos comandos y con ellos parte del comité ejecutivo para dirigir las operaciones directamente. Tenía que encontrarlos en Barcelona.

La primera cita fue con Montxo, al lado de una estación de metro. Tuvo mucha alegría al verme de nuevo. Fuimos a buscar a Apolonio y terminamos reuniéndonos con Ezquerra y Yon en la cafetería La Oca de Diagonal. Me responsabilizaron de conseguir los billetes para trasladarnos a Madrid rápidamente. No puse pegas”.



El relato de El Lobo, en una larga conversación con Xavier Vinader, se quiebra cuando recuerda que los del SECED deciden sacarles los billetes pasando por Valencia.

“No tuvieron en cuenta que llegábamos por la noche y el próximo tren hacia Madrid no salía hasta las siete de la mañana. Cuando me presenté con los billetes y se lo expliqué a los etarras no les hizo nada de gracia.

Durante el viaje empecé a percibir un brillo raro en los ojos de Ezquerra y me puse muy nervioso por los constantes paseos de Carlos y los demás del SECED que viajaban en el vagón contiguo. Al llegar a Valencia, Ezquerra ordenó que alquiláramos un taxi y fuéramos directamente a Madrid. Durante el viaje, el taxista contó que tenía un familiar en la Guardia Civil y no paraba de criticar a ETA. Todos poníamos cara de circunstancias”.



Al llegar a Madrid, el tema se calmó y se distribuyeron por los pisos alquilados por el SECED llenos de “canarios”, que ellos consideraban seguros.

“Sólo cuando llegaron a Madrid otros dos nuevos, Neruda e Ibarguren, me di cuenta de que estaban realmente suspicaces conmigo. Empezaron a decirme que teníamos que ir a hablar a un lugar tranquilo de las afueras y temí lo peor. Pero como iba armado, me dije que no caería solo.

Hicimos un largo recorrido en coche y finalizamos en una terraza solitaria en el parque del Oeste. En cuanto nos sentamos, Montxo me dijo que la BBC había informado que las caídas que estaba sufriendo ETA se debían a la labor de un infiltrado denominado El Lobo. Se sospechaba que podía ser yo.

Fue como un mazazo que me pilló de sorpresa, pero me limité a poner cara de sorpresa y no perdí la calma. Seguramente fue aquello lo que me salvó. Acto seguido saqué las dos pistolas que llevaba encima y se las entregué a Ezquerra alegando que, después de todo lo que me había tocado pasar, ahora me venían con esa historia.

Entonces empezaron a calmarme y a quitarle hierro al asunto. Podía volver a Euskadi norte hasta que despejaran las dudas o quedarme con ellos sin libertad de movimiento. Opté por lo segundo alegando que quería probar mi buena fe. Era necesario que viajara a Barcelona para encontrarme con Apolonio y luego volvería a Madrid para integrarme definitivamente en el grupo.

Estaba dispuesto a seguir, pero los superiores del SECED dieron una orden tajante: había que cortar la operación y decapitar a ETA de un solo zarpazo. Cuando fui a Barcelona para encontrarme con Apolonio, junto al Museo de Cera, sabía perfectamente que era mi última cita con la organización. Aquella noche los del SECED me llevaron al Hotel Colón y me dijeron que durante la madrugada se producirían las detenciones de todos los etarras controlados tanto en Madrid como en Barcelona”.



La banda terrorista ETA casi desapareció dentro de España.

“La operación fue un éxito bastante notable porque desarticulamos a todos los comandos, abortamos el intento de la primera fuga de la cárcel de Segovia y cantidad de acciones previstas, como el secuestro del conde de Godó, el propietario del diario 'La Vanguardia'.

Al día siguiente, todo eran risas y felicitaciones. Me escoltaron hasta el aeropuerto, me metieron en un avión con Carlos y, una vez en Madrid, me confinaron en un apartamento de la calle Galileo con la prohibición de salir por ningún motivo”.



35 años después de aquella valerosa acción, en un acto íntimo, el director del CNI le impuso una condecoración por los servicios prestados durante toda su vida. Porque a pesar de ser desconocido, El Lobo nunca ha parado de trabajar para los servicios de inteligencia.

FERNANDO RUEDA
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