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Pensamientos

En algo más de tres años, he tratado temas muy dispares. Desde análisis de algunos juegos concretos, crónicas de los E3, hasta temas de actualidad como las políticas de empresas de la talla de Sony o Nintendo. También he tratado problemas como el machismo generalizado en los videojuegos. De lo que nunca se ha llegado a verter ningún tipo de información exacta es de mi punto de vista concreto de este mundo, de este ocio electrónico.



Antes que nada, lo que hay que tener en cuenta es que el videojuego como producto, como industria, ha nacido hace relativamente poco. Todavía anda en pañales y no en pocas ocasiones hay que cambiárselos. Su consolidación está estrechamente ligada a los años ochenta, por lo que no llega ni tan siquiera a los 40 años de existencia.

El cine surgió a finales del siglo XIX por citar un ejemplo, por lo que resulta ridículo comparar el grado de madurez que tiene un medio y otro. Si se equipara a otras manifestaciones como las artes plásticas o la literatura, directamente se pierde cualquier tipo de norte.

Dicha juventud queda patente en una más que necesaria maduración, la cual pide a gritos una evolución para llegar a ser un fruto redondo y completo. No hablo en términos visuales, puesto que los gráficos en plataformas como PlayStation 4 o Xbox One son de veras fascinantes, sino en el concepto de jugabilidad y de guión.

Hacen falta nuevas formas de jugar, de manejar a los personajes, de hacer que un título sea totalmente opuesto a otro. Se ha caído en el recurso fácil de mover al avatar con un joystick, disparar con algún gatillo y poco más. No se ha explorado en el campo del realismo, teniendo que curar a los aliados con nuestras propias manos o de alimentarnos cuando pasen determinadas horas de juego, por exponer un par de meros ejemplos.

En cuanto a la historia, otro tanto más de lo mismo. A duras penas se puede encontrar un libreto en el que en el que haya sentimientos de verdad y todas las personas actúen de forma consecuente a su forma de ser. No hablemos ya de auténticos giros argumentales que mantengan al usuario pegado al mando. Hace falta un Charlie Kaufman o un Stanley Kubrick que redireccione y haga avanzar este medio en un camino más profesional.

Resultado de esta precocidad en la que se encuentra, muchos videojuegos caen en vender su producto utilizando como atractivo los bajos instintos humanos: la violencia, la libertad de acción sin repercusiones morales o la atracción física entre otros.

Resulta cansino, hasta grotesco, ver cómo triunfan títulos del tipo Dead or Alive 5: Last Round. A ratos desmoralizante. Ante estas creaciones, no es difícil entender que los videojuegos se consideren todavía, por determinados sectores desinformados e interesados, algo para niños y adultos socialmente inadaptados. Precisamente aquí es donde tengo que parar los pies.

Este grupo de personas suele estar conformado por padres, madres, tutores legales o intentos de todo lo anterior que no se preocupan por la educación de sus hijos y usan al videojuego para excusar sus malas actitudes, fruto de una clara deficiencia de atención.

Todos los títulos actualmente llevan el código por edades PEGI (Pan European Game Information), que determina las causas por las que dicho trabajo se clasifica con un 3+, 7+, 12+, 16+ o 18+. En más de una ocasión, disfrutando de algunas partidas online de The Last of Us –para mayores de 18 años– he escuchado voces de niños lanzando improperios al aire.

El tiempo de ocio de ese pequeño está supervisado –se supone– por un adulto responsable, que debe negarle el acceso a los juegos con contenidos inapropiados para su edad. Resulta obvio que haciendo esto, el infante puede ponerse rebelde y recurrir al pataleo, por lo que es más fácil proporcionarle el cartucho o el disco de turno, tenerlo callado y disfrutar de una reconfortante siesta. Y la culpa luego es de Kratos, que desparrama mucha sangre. Claro, sí, es muy lógico.

No todas las personas que tienen una consideración negativa de este comercio son irresponsables progenitores que descuidan su labor paternal, también hay otro segmento de personas que lo critican sin motivo aparente. Si se les pregunta la raíz de tales pensamientos no saben acudir a una explicación lógica, puesto que en su vida se han puesto ante un mando. Pero este tipo de individuos no merecen que les saquemos más de dos líneas de espacio. Alguien que denuesta cualquier cosa sin probarla pierde la razón antes tan siquiera de alzar palabra alguna.

De todos modos, volviendo al terreno de la autocrítica, ni tan siquiera los mismos jugadores están a salvo de los comentarios prejuiciosos. Si un software es entretenido, tiene una trama más que correcta y unas mecánicas jugables de ensueño pero unos gráficos desfasados, probablemente recibirá una acogida muy irregular y no alcanzará altos niveles de ventas. Es triste comprobar que proyectos de gran calidad se quedan procrastinados a la sombra por haber tenido un apartado técnico desigual.

Se acoja de mejor o de peor grado, una cosa debe quedar clara sobre este pasatiempo: el videojuego es sinónimo de diversión. O, al menos, debería serlo. Ya sea un disco lanzado para PlayStation 2 o Xbox 360, un cartucho para Game Boy Advance o una tarjeta para PS Vita, lo que importa es pasarlo bien con nuevos mundos en los que el jugador pueda explorar y alimentar su imaginación.

Si se incluye alguna opción multijugador online o local todavía mejor, puesto que así se permite una mayor sociabilización e interacción de la persona para intercambiar estas experiencias e, incluso, las vivencias resultantes de las distintas partidas.

No tenemos que olvidar nunca que, como su denominación indica, se trata de un juego, de jugar, tanto nosotros mismos como en compañía de familiares o amigos. Es el hecho de pasar un rato entretenido sin mayores pretensiones.

La mayoría de los videojuegos no van a enseñar valores morales, ni pensamiento lógico. Tampoco van a aportar conocimientos sobre Matemáticas o van a resolver dudas existenciales como el qué hacemos aquí y a dónde vamos: solo distracción y esparcimiento. Pero, ¿acaso no es eso lo que hace la literatura? ¿No cumple lo mismo el deporte? ¿Esperamos ser personas de provecho saliendo a la calle a comprar ropa?

El encender una consola es simplemente una opción tan respetable como otra cualquiera, que debe alternarse con diversas actividades para enriquecernos con todo tipo de vivencias. No porque "la Nintendos sea el mal", sino porque es tan absurdo estar todo el día ante un mando como lo es estar cada jornada esperando la última novedad de Gran Hermano. Solo que por desgracia, esta última elección es más respetable a nivel social.

Por ello, para que quede todo claro, los videojuegos como tal son solo una manifestación artística entretenida que puede proporcionar muchas horas de disfrute, especialmente si son intercalados con otros hobbies diversos.

Con esta explicación sobre mis pareceres, me despido de todos ustedes. Ha sido un placer poder acercarles a la actualidad del videojuego durante todo este tiempo. Gracias por su atenta atención y lectura en estos años. Espero que les haya resultado tan informativa, formativa y entretenida como siempre pretendí que fuera.

SALVADOR BELIZÓN / REDACCIÓN
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