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El cazador de auroras

Desde la Prehistoria hasta nuestros días, el cosmos ha generado auténtica fascinación en el ser humano. A lo largo de los siglos, egipcios, medos, persas o mayas prestaron especial atención a fenómenos astronómicos como las lluvias de estrellas, los eclipses o los cometas, tratando de encontrar una respuesta a su origen y, sobre todo, a su significado.

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Sin duda, uno de los hechos que más interés han despertado a lo largo de los tiempos, especialmente a partir del siglo XVII, es el de las auroras polares, un singular resplandor celeste que empuja cada año a decenas de científicos y curiosos de medio mundo hasta Tromso.

Esta ciudad noruega, de poco más de 60.000 habitantes, se encuentra situada a unos 350 kilómetros del Círculo Polar Ártico, lo que la convierte en un enclave privilegiado para contemplar las conocidas como Luces del Norte.

Es el caso del montillano Paco Bellido, que lleva varios años fotografiando este fenómeno en distintos enclaves de Islandia y Noruega. Pero, además de convertirse en un avezado cazador de auroras, este astrofotógrafo que dirige el conocido blog El beso en la Luna dedica parte de su tiempo a bucear en archivos históricos para conocer más detalles sobre cuestiones relacionadas con la astronomía.

Esta inquietud, que mantiene intacta desde la infancia, le ha llevado a descubrir que, casualmente, una de las primeras descripciones sobre auroras boreales en España es obra de un montillano: Reyes de Castro, un médico que vivió durante la primera mitad del siglo XVII y que, el 17 de noviembre de 1605, fue testigo de un hecho insólito en Andalucía.

Así lo desvela su Pronosticación de las grandes señales que aparecieron en el cielo el jueves a las seis de la noche, un pliego de cordel de ocho páginas publicado en Córdoba, donde el autor explica que "en la parte diestra del Septentrión [...] se comenzó a mostrar un vapor inflamado con mucha bermejura y rubor y puntas al parecer de llamas, a manera de una columna muy gruesa".

Tras la descripción del fenómeno, el doctor Reyes de Castro se aventuró a dar una explicación inspirada en Aristóteles, afirmando que la aurora polar que acababa de avistar tenía su origen en una exhalación de la tierra provocada por el Sol y el ambiente frío. Y fue un poco más allá al asegurar que estas manifestaciones eran "dañinas para la salud de los seres vivos" y presagiaban "sucesos raros y castigos del cielo".

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"Llama la atención que un hombre de cierta formación científica mantenga una posición tan supersticiosa frente a este fenómeno natural", afirma Paco Bellido, quien desvela que el galeno montillano echó mano de la astrología parar tratar de encontrar una explicación a la aparición de la aurora en tierras andaluzas.

Por si fuera poco, el doctor Reyes de Castro aventuró que la visión de esa aurora de color rojo anunciaba "algún grave suceso que viene o que está ya presente, pocas veces bueno y las más veces malo". Por ello, el médico montillano relaciona en su obra una serie de dolencias físicas que eran de esperar en los días siguientes, consecuencia directa del efecto pernicioso de las misteriosas luces que contempló en el cielo de la Campiña cordobesa.

Al año siguiente, tras el avistamiento de una aurora en Francia, el Mercure Françoise –considerada la primera revista del país galo publicaba una impresión menos amenazante. "En marzo y septiembre aparecieron algunos meteoros y signos en el cielo y todos los médicos están de acuerdo en que no traen nada bueno, ni malo". Sin duda, un paso más hacia la racionalidad, aunque para demostrar la verdadera causa de las auroras, habría que esperar hasta bien entrado el siglo XX.

"Las auroras boreales se producen por la interacción de las partículas cargadas eléctricamente procedentes del Sol con el campo magnético terrestre", aclara Paco Bellido, quien añade que una o dos veces por siglo, las auroras son visibles en zonas más próximas al ecuador y, casualmente, la crónica del doctor Reyes de Castro registra este hecho inusual. Con todo, el astrofotógrafo reconoce que "en la Montilla de 1605 y sin contaminación lumínica, un cielo con jirones de color rojo debió ser un espectáculo verdaderamente aterrador".

REDACCIÓN / CAMPIÑA DIGITAL
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