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Pedro J. Portal | Las redes sociales y sus víctimas

Si repasamos la historia de la humanidad, podemos ver cómo el control de la información ha sido fundamental para que los más poderosos pudieran movilizar a la población cada vez que les interesaba. De ese modo, los púlpitos y altares de cualquier religión fueron usados desde que el hombre es hombre como altavoz para identificar al enemigo que se debía batir y mostrar todas sus felonías que ofendían a las deidades propias (y de paso, al señor que movía esos hilos).



Aunque la prensa escrita es mucho más antigua y data del siglo XVII, es en mitad del siglo XIX cuando se organiza el gremio de los periodistas, surgen las primeras agencias de noticias y la prensa realmente se convierte en masiva, llegando a todos los hogares de una sociedad cada día más opulenta, burguesa y cómoda, con más tiempo para informarse de lo que ocurría allende su entorno.

Pero la realidad es que dicha sociedad aún no estaba preparada para asumir, “digerir” y filtrar una información que, de pronto, les llegaba de todas partes, dando total y absoluto pábulo a las noticias que, de mano de esos periódicos cada día más atractivos y mejor diseñados, introducían por primera vez en la historia la información en sus casas.

Fue en 1898 cuando la prensa americana dispuso a la sociedad de los EEUU a favor de una guerra contra España que terminaría con el fin de nuestra presencia en el Caribe (Cuba y Puerto Rico) y de paso, en Asia (Filipinas, Marianas, Guam, etcétera).

La sociedad yankee se “tragó” la noticia de que España había hundido el acorazado americano Maine en la bahía de La Habana (Cuba) y, jaleados por la prensa sensacionalista americana bajo el titular “El barco de guerra Maine partido por la mitad por un artefacto infernal secreto del enemigo”, se mostró entusiasmada por la posibilidad de vengar aquella afrenta, dando origen a la “Guerra de Cuba” que terminó con el “Desastre del 98” para nuestro país a pesar de que todo fue una patraña americana para provocar esa guerra y adueñarse de nuestras provincias de ultramar.

El cine surgió por aquellos años, pero no fue hasta la década de los veinte cuando se utilizó su poder de comunicación de masas (una imagen vale más que mil palabras) para un uso propagandístico de regímenes autoritarios. Así, tenemos el famoso filme soviético Acorazado Potemkim (1925) utilizado por las autoridades comunistas para mostrar a su pueblo la maldad de la sociedad zarista y la ética superior de los bolcheviques quienes, en realidad, gobernaban su país a golpe de sangrienta dictadura.

Casi a la par de las películas, surgió otro invento que, con el tiempo, superó a la prensa escrita e incluso al cine: la radio. Esta tecnología unía la facilidad de la comunicación del cine (no requería de una lectura que no siempre era del agrado de todos los ciudadanos) con el acceso a lo más íntimo del hogar del oyente, quien no debía desplazarse a ninguna sala para recibir la información deseada.

Marconi inventó la transmisión por ondas a finales del XIX y comienzos del XX, pero no fue hasta 1920 cuando, en Buenos Aires, la Sociedad de Radio Argentina se convirtió en la primera emisora de radiodifusión no experimental en el mundo con emisiones aún muy precarias en cuanto a calidad y con horario muy reducido.

Rápidamente se extendió el uso de la radio en todo el mundo, de modo que ya en los años treinta, las noticias entraban de forma mucho más eficaz en los hogares de una sociedad que, como con la prensa escrita de finales del siglo XIX o el cine de comienzos del XX, aún no estaba preparada para extraer la verdad de entre esa “borrachera” de información que recibía.

De hecho, cualquier “imbécil” que tuviera buena dialéctica podía irrumpir con sus descerebradas ideas en los hogares de cientos de miles –e incluso millones de personas en cualquier país medianamente avanzado. No en vano, siniestros personajes como Goebbles o Hitler vieron el potencial de este medio de comunicación y lograron –mediante noticias manipuladas y grandilocuentes discursos muy bien diseñados para engañar y manejar a la población– llegar al poder absoluto mediante la inoculación continua de violencia, frustración y el odio más primitivo a una sociedad que corrompieron convirtiendo a millones de personas que se creyeron absolutamente todas sus patrañas y mentiras, en sus más fervientes seguidores, sumiendo al mundo en su capítulo más atroz en su ya larga historia de atrocidades.

Más adelante, la radio dejó paso a la televisión. La población –de nuevo– no estaba preparada para distinguir verdad de manipulación en aquel atractivo modo de comunicación de masas que unía todas las virtudes de la prensa escrita (acceso fácil y barato), cine (imágenes) y radio (comodidad).

Por el mero hecho de salir en “la tele”, cualquier persona ya gozaba de credibilidad para la mayoría del público. Aún hoy en día sufrimos esa manipulación, pero si echamos la mirada atrás y vemos noticiarios de los años cincuenta o sesenta, no podemos creernos la ingenuidad de aquella sociedad para con mentiras sobre Corea o Vietnam –si miramos a los EEUU–, grandilocuentes hitos deportivos o sociales de nuestro país durante el franquismo, la grandeza del estado soviético en la Rusia de los años sesenta o setenta, etcétera, etcétera, etcétera…

Pues bien, en pleno siglo XXI estamos, de nuevo, ante el mismo problema: la irrupción de nuevas formas de comunicación como son las famosas “redes sociales”. Al igual que con los avances citados anteriormente, se liberalizó el acceso a la información, ya que con estos nuevos canales o soportes de comunicación se populariza la emisión de dicha información a un nivel casi ilimitado.

Ya no hace falta una estructura maquiavélica (estatal o partidista) para llegar a las masas. Tampoco hace falta un presupuesto elevado para hacer pública cualquier noticia. Hoy en día, cualquiera de nosotros puede usar su móvil, grabarse a sí mismo en su propia habitación diciendo la primera ocurrencia que tenga y lanzarlo al mundo mediante su conexión a Internet. Con un poco de suerte, dicha ocurrencia cala en los usuarios y entre “likes” y “compártelo” se hace “viral”, llegando a miles o incluso millones de personas en todo el mundo.

Pero, de nuevo, nuestra sociedad no está preparada para analizar esa información, filtrarla y distinguir la verdad de la manipulación (o lo que hoy se llama “post-verdad”). Lejos de controles, lejos de códigos deontológicos, lejos incluso de documentación, preparación o la más mínima cultura, existe una nueva “casta” denominada “influencers”, que vierten mensajes que pueden llegar a ser tan peligrosos como los de aquel periódico americano en 1898, los cines de la revolución soviética, la radio nazi o las televisiones de la “Guerra Fría”.

Y el peligro es patente. De hecho, estamos asistiendo a la división absoluta de la sociedad por culpa de esta “borrachera” de información no siempre veraz. Nos alineamos en bandos, seleccionando la información pero sin analizar y comprobar su veracidad, sino simplemente aceptando la de “nuestro bando” y rechazando la de los rivales, quienes pronto terminarán convirtiéndose en “nuestros enemigos”.

Y da igual el tema: la política, el fútbol, la sociedad, la cultura, incluso el medio ambiento o los actos humanitarios están sometidos a la avalancha de estas pseudonoticias que inoculan una violencia extrema en una sociedad ya de hecho violenta.

Si observamos a nuestro alrededor, en España, la rivalidad política y el nivel de extremismo se acerca a la situación de los años treinta, cuando terminamos en nada menos que en una Guerra Civil. El fútbol ya no es un deporte ni un espectáculo: es motivo de enfrentamiento, enemistades, discusiones o violencia dialéctica generalizada. Determinados espectáculos, creencias o tradiciones dividen a la sociedad en “pro” y “anti”. Incluso el cine también tiene dos bandos, lo mismo que casi cualquier aspecto de nuestro día a día.

En los chats de WhatsApp, en Facebook, en Twitter, etcétera… los “pásalo” o los “apoya esta iniciativa” son un germen de división, enemistad y violencia, puesto que presentan una visión muy sesgada de un problema determinado y alinean de forma continua a la sociedad en dos facciones enfrentadas y cada día más irreconciliables de las que se alimentan políticos extremistas, “caciques” sin escrúpulos, charlatanes oportunistas…

Y me da igual el tema: situación en Cataluña, las pensiones, los refugiados, derechas o izquierdas, incluso el fútbol, el medio ambiente, las cuestiones morales o sexuales, las tradiciones o costumbres, el arte o la moda. Actualmente, todo está siendo utilizado para generar bloques enfrentados. Y la razón es la de siempre: dinero y poder. Y es que el enfrentamiento vende mucho más que la reconciliación. Es triste, pero es cierto.

¿La solución? Pues como en todos estos casos: formación. Es fundamental una educación en valores que evite la “borreguización” de la población en este tipo de bloques, que fomente el análisis crítico personal, la cultura como base de conocimiento en la que se fundamente la opinión particular en contra de la imposición de opiniones “comunales”, la atención a las opiniones ajenas más allá de la imposición de las opiniones propias. Pero, desgraciadamente, esa formación está en manos de los mismos que se enriquecen de su desintegración, por lo que no podemos ni debemos confiar en que lo solucionen “desde arriba”.

Pero la formación también puede ser personal. Y es que realmente estoy convencido de que, como individuos, tenemos las armas para combatir con esta lacra. En mi modesta opinión, cuando nos llegue cualquier información polémica, o cuando menos sorprendente, no debemos creerla de inicio, sino que debemos interesarnos y leer sobre la materia antes de tomar una decisión.

Una vez tengamos más puntos de vista sobre el tema, hagamos un ejercicio de negación de la información recibida, de abstracción total y de análisis de dicha información partiendo de una posición libre y sin preceptos preconcebidos.

Incluso creo que es positivo intentar razonar los argumentos de los que previamente hemos considerado el “otro bando”, siendo conscientes de que no hay nada totalmente blanco ni absolutamente negro y, seguramente, tendrán razones que no habíamos tenido en cuenta.

Entonces, y solo entonces, quizá consigamos ser libres y darnos cuenta de que quienes pensábamos que estaban de “nuestra parte”, en realidad, se están enriqueciendo a nuestra costa, se aprovechan de esa división, de esa “parte” que, si lo pensamos bien, no existe, sino que la han inventado y fomentado para su beneficio personal o institucional.

Y sobre todo, debemos estar convencidos de que la razón y la reconciliación, aunque vende menos a corto plazo, son garantías de un futuro infinitamente mejor.

PEDRO J. PORTAL